(Todos los personajes, localizaciones y detalles circunstanciales son ficticios. El fundamento de la historia es verdadero)
ANTONIO
Aunque los golpes repetidos en la pared del baño que se estaba reformando no me invitaban a sentarme al piano, pensé que no podía hacer nada mejor que practicar un rato y de esta forma pasar el tiempo algo más distraído. No eran más que ejercicios de digitación y velocidad ya que no podía concentrarme en obras de envergadura. No pasé mucho tiempo sentado al piano cuando se me acercó el albañil que trabajaba en el cuarto de baño mostrándose muy interesado.
– A mí -dice Gregorio, es el nombre del albañil, quitándose el puro Farias de la boca- el pianista que más me gusta es Maurizio Pollini.
Es fácil imaginar mi asombro. Lo último que podría pensar es que el albañil fuera aficionado a la música clásica de piano y mucho menos que además estableciera una jerarquía de intérpretes. Superada la primera sorpresa, le pregunté.
– Así que es aficionado a la música clásica de piano?
– Muy aficionado -contesta, mientras se ajusta la correa del pantalón a su voluminosa cintura-
-Es que mi mujer es concertista de piano -aclara-.
Pienso que su mujer será, en el mejor de los casos, una profesora de piano en alguna academia de la ciudad.
– Ahora tiene una gira de conciertos por América. -añade Gregorio.
Puede decirse que estaba al borde del colapso surrealista. Pero es un estupendo albañil y no ha dado muestras de locura. Podría ser verdad todo lo que cuenta. Como prueba secreta dejé caer la siguiente trampa en forma de pregunta:
– Estoy interesado en un pianista canadiense muy importante que se llama Glen Gould. Podrías preguntarle a tu mujer, cuando vayas a comer a mediodía, qué opinión le merece sobre todo como intérprete de Bach?
– Por supuesto -me contestó- luego te contaré. -En todo momento me tuteó
Durante la comida, no deja de dar vueltas en mi cabeza la increíble escena que acabo de presenciar. Un albañil tiene todo el derecho a extasiarse con la música de piano, incluso a establecer calidades entre los intérpretes, pero, reconozcámoslo, no es frecuente.
A la vuelta al trabajo no hizo falta que le preguntara. Gregorio trazó un pormenorizado análisis de Gould, con sus virtudes y defectos, tal y como le había explicado su esposa. Bueno, todo tendrá una explicación que habrá que encontrar.
– ¿De dónde viene tu afición por el piano? y ¿como conociste a la pianista con la que te has casado?. -le pregunto—
IRINA
Qué bien me encuentro en esta ciudad andaluza. Gozamos de un clima estupendo, una buena comida, tenemos tiendas en las que podemos comprar lo que necesitamos e incluso lo que nos apetece. Pero sobre todo, gozamos de libertad. Cómo valoramos la libertad los que no la hemos disfrutado nunca.
He vivido casi toda mi vida en Moscú. Moscú es una ciudad hermosa anque no he podido disfrutar de ella a pesar de los años que he pasado en ella. Mis recuerdos casi se reducen a un piano en el que practicaba de la mañana a la noche, a los desplazamientos diarios al Conservatorio de Música en los que no podía ni debía entretenerme, a la Residencia de estudiantes que ha sido mi casa familiar durante los últimos años. Menos mal que he tenido un refugio seguro que nunca me ha abandonado, al que siempre he confiado mis alegrías y mis tristezas, mis triunfos y mis fracasos. Ya lo habéis adivinado, es la música. La Música, con mayúsculas.
Nací no hace mucho, pues aún soy joven, en una pequeña ciudad de una, en aquel momento, República soviética. Mis padres eran modestos trabajadores que con su esfuerzo conseguían mantener dignamente a sus tres hijos. Pero los ojeadores de talentos del Estado recorrían todas las ciudades soviéticas para descubrir niños que destacaban en alguna disciplina, música, deporte, ajedrez, niños de talento superior. Y me descubrieron a mí como una niña que destacaba en la música. Mis papás me habían llevado desde muy niña a una escuela y, la verdad, avanzaba en el piano con más facilidad que mis compañeras.
Mi hermano y mi hermana tuvieron suerte porque se quedaron con los padres. Mi hermana se graduó como médico ginecóloga y mi hermano está terminando sus estudios de ciencias. Digo que tuvieron suerte porque a mí me arrancaron de mi familia y me desterraron a Moscú. No volví a abrazar a mis padres más que en muy contadas ocasiones que fueron desgastando los lazos afectivos hasta ver en ellos casi unos desconocidos. Mi nueva familia era una residencia infantil en la que nos encontrábamos niños y niñas de todos los rincones del Estado, cada cual en su especialidad. Allí nos cuidaban funcionarios, unos más cariñosos que otros, pero todos, en definitiva, ajenos a sentimientos propios de una familia.
Así transcurrió mi niñez y mi adolescencia. Mi destino estaba trazado desde el comienzo. Estudiar y estudiar para destacar como intérprete con el único propósito para el Estado Soviético de lucir ante el mundo sus maravillosos ciudadanos. Tendría que ir presentándome a concursos de piano, primero de un nivel no demasiado alto y subir progresivamente para, quién sabe, llegar a ganar el prestigioso Chopin de Varsovia o el Tchaikovsky de Moscú.
Mi vida es mi música. Y es mucho, pero yo quiero algo más. Quiero vivir la juventud de la que me están privando. En Moscú esto no va a ser posible. Tengo que calcular mis posibilidades. He de huir del país y no volver. Mi educación ha sido de un feroz utilitarismo para el Estado y carezco del sentimiento de lealtad. No debo nada a nadie. Todo lo he conseguido con mi esfuerzo. He de ser egoísta porque el mundo ha sido egoísta conmigo.
Volvamos a Moscú. Me han hablado de un concurso de piano en una ciudad del sur de España. No es un concurso de primer nivel, pero está dotado de un buen premio en metálico y ganarlo supone un buen empujón en el currículo personal. Además podré disfrutar de una ciudad acogedora durante una época de bien tiempo. Pero hay algo más.
Ya van para unos cuantos años desde que se instaló en mi cabeza un plan del que no he hablado ni a mis mejores amigos. Ha ido madurando. He decidido poner los medios que hagan falta para quedarme en alguna ciudad que visite por algún concierto o concurso y no volver a Moscú. Sé que voy a tener vigilancia y mis pasos estarán controlados. Será cuestión de hacer todo bien. La mejor manera será encontrar, sin que trascienda al público, en las semanas que dure el concurso un hombre soltero con el que casarme y así legalizar mi situación. Para esto es necesario que vaya superando las distintas fases de un concurso ya que si no es así tendría que volver inmediatamente a mi país.
GREGORIO
No puedo quejarme. Después de un tormentoso matrimonio y y de aun un más tormentoso divorcio ha llegado un tiempo de calma. Me alegro de no tener hijos que serían ahora un problema. Me encuentro estupendamente. No me puedo quejar de mi trabajo. Poco a poco he ido ganando en confianza y ahora mismo estoy en un momento dulce. He creado mi pequeña empresa, no me faltan los trabajos temporales y por si vienen mal dadas me he pillado unos cuantos curros fijos. Precisamente en estos últimos tiempos me estoy ocupando del mantenimiento del Auditorio de la ciudad. Ahora mismo estoy acondicionando una de las salas de ensayo.
Estoy pintando una pequeña sala mientras se escuchan cercanas las rápidas notas de un piano. Parece que hay un concurso. Digo que parece porque estas cosas nunca me han interesado especialmente. Debe de ser duro para estos artistas dedicar tantas horas al día repitiendo y repitiendo lo mismo. A veces intento poner atención y me doy cuenta de que un mismo fragmento se repite insistentemente decenas de veces. Debe de ser que son partes difíciles que hay que asegurar a base de repeticiones.
De vez en cuando, apremiado por mis necesidades, tengo que dejar la brocha o la paleta y salir a los servicios. Los camerinos importantes tienen baño propio, pero la mayoría tienen que usar los servicios comunes. Hoy ha dado la casualidad de que me he encontrado con la pianista que ensaya para el concurso. -Hola-, -hola-, nos hemos dicho.
Sí que es una joven linda, de rasgos delicados, buen tipo. Pero la veo como algo que merece contemplarse con admiración. Nada más. Aún falta para que vuelva a tener ganas de liarme con amores. Pero lo que es verdad es verdad y es verdad que esta chica es un bombón.
Dicen que ya se ha celebrado la primera eliminatoria y la joven bonita ha pasado el corte. Sigue en su silla atada al piano insistentemente durante horas. No da signos de cansancio. De vez en cuando va a darse un pequeño paseo por los pasillos y nos hemos ido encontrando ya más a menudo. Nos hemos parado a hablar. Bueno, a hablar sería mucho decir porque es rusa y está aprendiendo español. Pero vaya tía lista! Cuatro días lleva aquí y casi se puede tener una conversación con ella.
IRINA
No me ha costado mucho pasar la primera ronda del concurso. He trabajado duro todos estos años la música de Bach, Beethoven o Chopin. Son los autores obligados en la primera fase de casi todos los concursos. He presentado un preludio y fuga de Bach, de El Clave Bien Temperado. Una de las pocas fugas a cinco voces y de las más difíciles. Tenía ligeros temores pero sabía que saldría a la perfección. Así ha sido. Ya se sabe que en esta primera fase eliminatoria no te puedes permitir ni un solo fallo. Un descuido, tocas dos teclas en falso y te vas a casa.
A mis anhelos de ganar el concurso se ha unido una ocasión que veo lejana pero posible. He conocido en mis encierros dentro del Auditorio a un trabajador de mantenimiento con el que tengo alguna que otra conversación para distraerme en tantas horas de estudio. No es una persona refinada pero parece honrado y podría valer perfectamente para mis ocultos propósitos.
Tengo que explorar este filón que ofrece buenas posibilidades.
Puedo concentrarme en el estudio detallado del programa que tengo que interpretar para el corte siguiente pero esto no impide hacerme ilusiones y preparar una estrategia vencedora, no ya del concurso de piano sino del futuro de mi vida. He de conseguir olvidarme de Moscú.
GREGORIO
No puedo quitarme a esta chica de mi cabeza. Hemos alcanzado cierto grado de confianza y le adivino un grado de dulzura y cariño que desconozco en mi vida anterior. La verdad es que van pasando los días y, cada vez más, fuerzo la ocasión de hacerme el encontradizo para charlar un rato. Me cuenta Irina, así se llama la chica, cómo funcionan los concursos de piano. Hay varias eliminatorias. Primero se presentan obras clásicas, no tan difíciles por su exigencia técnica sino por su hondura interpretativa. Me dice que Mozart, técnicamente, lo puede tocar un estudiante de últimos cursos. Pero tocar un Mozart como Brendel o María Joao Pires es un privilegio sólo reservado a los grandes.
Me estoy enterando de nombres de grandes pianistas. Quien me lo iba a decir hace unos meses. Los clásicos, Rubinstein, Horovich, Kemff. Los maduros, Pires, Baremboim, Argerich. Los jóvenes, Mehldau, Lang Lang, Pogorelich. Muchos nombres que me bailan en la cabeza pero poco a poco, con la repetición, se van asentando y los voy recordando.
Bueno, bueno. Es que me estoy enamorando. Y no lo puedo evitar. Mira que la cabeza me dice “Gregorio, que no es aún el momento”. Pero está claro que los sentimientos van por un lado y la cabeza por otro.
IRINA
Por fin llegó el gran momento. Quedé seleccionada en el trío finalista. Se puede decir que toqué con verdadero entusiasmo y emoción. Estaba sintiendo que me llegaba una nueva vida. Tenía futuro. Es posible que me tenga que conformar al principio viviendo en esta pequeña ciudad pero mi aspiración va mucho más lejos. Tenía que triunfar en las grandes sedes del piano. Berlín, Viena, Nueva York. A Gregorio lo tengo en el bolsillo y puedo sacar un buen provecho.
Y llegó la gran final. Compuse un programa muy calculado que comenzaba con piezas clásicas, Beethoven, Brahms y terminaba con obras de alto nivel virtuosístico, Scriabin, Debussy. Y empujada por la ilusión de mi futuro pude salir airosa sin ningún fallo. Y gané el concurso. Ahora sólo me queda el concierto con orquesta ya para todo el público en el que interpretaré el concierto número 2 de mi amado Sergei Rachmaninov. Después podré abandonar un tiempo el piano y dedicarme a planificar mi vida con Gregorio.
GREGORIO
Quien me iba a decir que me encontraría aquí en el patio de butacas del Auditorio escuchando un concierto de música clásica, vestido de etiqueta con el traje y la corbata de mi boda, rodeado de esta gente exquisita abonada a los conciertos semanales. Desde nuestras primeras conversaciones con Irina he ido comprando CDs de música clásica, especialmente de piano que he ido escuchando pacientemente desde entonces. Al principio me aburría como una ostra porque no entendía nada, pero poco a poco se me van pegando las melodías que se van entretejiendo y voy descubriendo el saborcillo clásico.
Ahora estoy en el Auditorio esperando el concierto que he escuchado cien veces desde que Irina me dijo que lo había elegido para la noche de gala. Reconozco todos los temas. El brillante comienzo con las melodías rusas a flor de piel y los increíbles pasajes rápidos y brillantes como fuegos artificiales a lo largo de todo el teclado. Pero luego viene lo mejor, cierro los ojos en el comienzo del tiempo lento. Qué melodía interminablemente deliciosa, romántica, contenida. Y cómo se va desarrollando el dialogo entre el piano y la orquesta. Cómo he podido vivir hasta ahora sin música.
También me llena de placer pensar en que toda esta gente que me rodea, que admira a la intérprete, no sabe que yo, un mindundi, soy la persona elegida para pasar el resto de mi vida junto a ella.
Aunque Irina dedicaba muchas horas del día al estudio hemos podido robar muchos minutos para hablar del futuro, de nuestro futuro. Una noche vino a mi apartamento, la había invitado a cenar. Compré comida en un buen restaurante, saqué vinos exquisitos de mi bodega. Y tras la deliciosa y romántica velada hicimos por primera vez el amor. Todo iba un poco deprisa pero no hay que dejar escapar las buenas ocasiones.
Vamos trazando planes que habrá que ir perfilando. Irina piensa que sería una buena idea crear una escuela de alto nivel para pianistas en la ciudad y no importa que sea irrelevante en el panorama musical del país porque su prestigio atraerá a intérpretes de todos los rincones de Europa. Me cuenta que María Joao Pires ha creado una escuela en la frontera de Portugal y España para intérpretes de alto nivel. Podría ser un ejemplo, aunque también me dice que Pires es una mujer muy austera, que no tiene su escuela como negocio para enriquecerse, que parece que se alimenta sólo de música. Me da que no es éste el sueño de Irina.
IRINA
Ya ha pasado un año desde que vine a España al concurso de piano. Y ha cambiado mucho mi vida. He tenido una hija, María, hablo con bastante competencia el español, sigo con mi marido en buena armonía, mejor está cautivado en mi compañía. Gregorio ha construido en unos locales que ha comprado en el centro de la ciudad unas coquetas aulas destinadas a la próxima escuela de piano “Irina Novikova”. No me puedo quejar de alumnos porque tengo más de los que podría atender. Es cierto que me gustaría más nivel, pero se ve que de ciudades de provincias no se puede esperar demasiado. Si alguno destaca se va a Madrid o Barcelona.
Pero estoy contenta. Van saliendo conciertos, el negocio sigue un buen rumbo y hasta estoy pensando en ampliar horizontes. La escuela superior de piano podría ser también una escuela superior de violín. En Moscú he conocido a grandes pianistas en el Conservatorio, de una galaxia lejana compara con lo que hay aquí. Y ocurre lo mismo con los violinistas. La cuerda, en provincias, vive felizmente en niveles lamentables. Hace poco toqué un concierto acompañando a un violonchelista terrible. Más que un arco parecía utilizar un serrucho.
Podríamos ampliar el cuadro de profesores de mi escuela que por supuesto seguiría llamándose “Irina Novikova, Escuela Superior de Música”. Estoy pensando en un compañero de Conservatorio de Moscú. Gran pianista. Sin mucho nombre por su humildad y porque su afición al vodka le mantenía con frecuencia aparcado en paraísos etílicos. Es el profesor perfecto porque nunca me va a hacer sombra. Para la cuerda estoy pensando en un violinista armenio, casado y con hijos también músicos. Esta circunstancia familiar lo retendría fácilmente en la escuela sin ganas de volar por su cuenta. Además, no le importará salir de su tierra. Igual que mi compañero pianista, no tiene un nombre de prestigio internacional aunque sea un violinista de n ivel desconocido por estas latitudes.
Tengo que madurar el plan. Ya se lo he comentado a Gregorio. Gregorio acepta todos mis planes sin poner objeción ninguna.
DIMITRI
Me estuvo tentando la idea. Una antigua conocida de Moscú me ofrecía un plan de trabajo muy atractivo. Enseñar violín en una escuela del sur de España. Realmente España es un país del que sólo conozco su fama como destino turístico, con playas paradisiacas, de costumbres salvajes con toros y poco más. Desde luego no he oído nunca hablar de su interés por la música aunque he escuchado obras de algún compositor nacido allí de gran valía, como Falla o Albéniz.
Me dijo que podría trabajar de profesor en una escuela superior de violín. Parece que tendré muchos alumnos y el nivel de vida de un profe de música en España es muy superior ya no al de Ereván, mi ciudad, sino al de Moscú.
Y al final me ha convencido su oferta. Mis hijos están terminando sus estudios de música en Alemania y para visitarlos o que nos visiten mejor será Madrid que Ereván o Moscú. Toda una vida en Ereván, como profesor del conservatorio de la ciudad, mi esposa especialista en pedagogía musical para niños, más tarde primer violín de la Orquesta Sinfónica. VA a ser muy duro dejar toda una vida. Pero la música ha sido siempre bandera de presentación del pueblo armenio. Aún no lo he podido experimentar pero me dicen que en cualquier mediana ciudad del mundo siempre encontraré una familia de armenios que me darán alojamiento y comida hasta que pueda establecerme de forma independiente.
Resolvimos mi esposa y yo vender todo cuanto poseemos y desplazarnos a Moscú a la espera de la pronta llamada de Irina. No es mucho lo que teníamos aunque era de un enorme valor sentimental. Sobre todo el piano de cola que nos proporcionó la Unión Soviética para que mi esposa pudiera trabajar en su especialidad. Y aunque no mucho, nos va a permitir estas pequeñas vacaciones de nuestra espera en Moscú. Yo he estado allí varias veces con la Orquesta Armenia pero mi esposa nunca ha visitado esa gran ciudad.
Y aquí, en Moscú, nos encontramos ahora, pasando nuestros días en un modesto hotel esperando que lleguen en cualquier momento los billetes de avión y sobre todo los documentos que nos permitirán instalarnos en España como inmigrantes con un contrato de trabajo. Estamos ilusionados. Ayer mismo hablamos por teléfono con los hijos, inquietos hasta que todo llegue a su final feliz.
IRINA
Finalmente me he decidido por traer a España a Dimitri y a Sergei, los nuevos profesores de violín y piano. Pero tengo que ir con pies de plomo para que todo salga tal y como lo he planeado. Mi mente es una fría calculadora que tiene previsto cualquier pequeño detalle.
El plan es dejar a Dimitri y a Sergei en Moscú el tiempo necesario hasta que se agoten sus recursos económicos y su fortaleza mental. Deben llegar a España necesitados de todo. De dinero, de afecto, de seguridad. Y esa seguridad sólo se la podré dar yo. Sólo tienen que depender de mí. Por eso estoy dejando que pase el tiempo, incomunicados.
Y ya ha llegado el momento. En realidad tenía los documentos hacía ya varias semanas pero los retenía para asegurar el plan. Creo que mis próximos trabajadores están ya al borde de la desesperación y voy a recibirlos en los próximos días.
DIMITRI
Pensábamos que sólo iban a ser un par de semanas pero todo se ha alargado mucho. Ya contábamos los últimos rublos en nuestros bolsillos preocupados por el inmediato futuro que no sabíamos cómo afrontar si la espera se demoraba más tiempo.
Pero, por fin, nos han llegado por correo los pasajes y los documentos de trabajo. Hemos respirado con la tranquilidad que da el saber que se terminan nuestras inquietudes y apreturas económicas y el incierto futuro.
Después del viaje a lo desconocido llegamos finalmente a la ciudad. El tiempo es estupendo, con un sol luminoso que no habíamos visto en Moscú y una temperatura deliciosa. Nos esperaba Irina en la Estación de autobuses de la ciudad. La verdad es que esperábamos un recibimiento más afectuoso pero quizás sea una impresión debida a nuestro cansancio. Esperamos con ilusión los próximos días.
ANTONIO
Soy Antonio, padre de una niña adolescente, Sofía. Sofía es una chica alegre, abierta, amiga de muchas amigas, buena estudiante en el Instituto. Pero destaca su apasionada afición a la música. Desde muy pequeña ella misma decidió dedicar parte de su tiempo a la música y eligió un instrumento especialmente difícil, creo yo, el violín. Por si fuera poco tendría que estudiarlo en el páramo violinístico que es nuestra ciudad. Pero ya encontraremos soluciones, pensé, en el caso de que siga adelante con esta afición. De momento va pasando en su escuela de música los cursos aunque se haya encontrado al principio con algún nefasto profesor al que nunca vió tocar el instrumento.
En este momento de la narración Sofía ya está en el grado medio.
Las últimas noticias nos abren una puerta al optimismo. Dicen que ha venido un profesor ruso de violín que ha sido concertino de la Orquesta Nacional de Armenia. Ha llegado junto a otro pianista de nivel superior y ambos trabajarán en la Escuela de música de Irina Novikova, en el centro de la ciudad.
Allí nos hemos dirigido e inmediatamente hemos matriculado a Sofía. Recibe las primeras clases y vuelve a casa emocionada. Yo mismo me entrevisto con Dimitri, es el nombre del profesor, que alaba las cualidades de Sofía y nos da confianza. “-los armenios y los judíos conocemos los secretos del violín- me dice. – Si estudia conmigo yo se los voy a transmitir-
Y así de felices transcurren estos primeros días, estas primeras semanas. Hasta que ciertos nubarrones comienzan a aparecer por el horizonte. El nuevo profe de piano toca estupendamente pero le gusta demasiado el whisky y se encuentra casi todo el tiempo sobrepasado de alcohol. No sale de la Escuela y duerme malamente en alguna pensión barata. No sabría decir si el alcohol es consecuencia de su situación o al revés, su situación es consecuencia del alcohol. Seguramente vino aficionado al vodka y aquí se ha pasado al whisky. Pronto no sabremos nada de su situación.
No es el caso de Dimitri que vive con su esposa en un modestísimo piso que alquiló Irina. La esposa prácticamente no sale e casa. Desconoce el idioma y su marido casi no está con ella durante el día. Dimitri trabaja todo el día en el escuela y no se le permite ni enseñar ni tocar fuera de ella. Cuando no tiene clase debe permanecer dentro del edificio. Irina lo retiene en un régimen de semiesclavitud. No puede hacer nada sin su supervisión y aprobación. El sueldo es modestísimo y de él tiene que deducir cada mes todos los gastos que ha ocasionado. Billetes de avión, documentos, el valor de los esfuerzos de la contratadora, etc. Dimitri tiene que subsistir con un sueldo de miseria.
Pero en un momento de descuido, Dimitri puede contarme la historia de los últimos tiempos. Además de Sofía es profesor de otra alumna, Ariadna, cuyo padre es abogado y conoce los recovecos de la inmigración. Ambos nos ponemos manos a la obra para mejorar en lo posible las condiciones laborales de Dimitri.
DIMITRI
Ahora sé porqué mi larga permanencia en Moscú hasta agotar todos mis ahorros. Irina quería dejarnos a merced de su voluntad. Lo mismo ha ocurrido con el profesor de piano que viajaba con nosotros. Pero hemos sufrido en nuestra vida muchos momentos amargos de los que hemos salido adelante con nuestro esfuerzo. Hay que sobreponerse a momento para no quedar hundidos en una profunda depresión.
Y así es. Parece que va a mejorar nuestra suerte. He podido hablar de mi situación a dos padres de alumnas conmovidos por nuestra historia y nos ofrecen ayuda. Ya llegan los primeros resultados y de momento tengo libertad para hacer las clases de violín en casa y cobrarlas directamente sin pasar por la escuela. Mi objetivo es liberarme por completo de Irina y recordarla como un mal sueño.
Poco a poco voy haciéndome con un buen alumnado que me da cierta independencia económica. Me respetan y los alumnos me quieren. Sinceramente, esos buenos afectos de padres y alumnos me interesan en la medida que me permitan llegar más lejos. Ahora ya sueño con ir a Madrid y establecerme allí por algún tiempo. No hay raíces que me aten a esta pequeña ciudad que aunque me haya proporcionado el trampolín para estar en Europa tampoco la querría recordar especialmente.
Ayer pedí a un padre el favor de que me acercase al aeropuerto a recoger a mi hija que llegaba de Alemania. He creído notar en él algo de confusión porque primero me dijo que si y luego me pareció adivinar en la expresión de su rostro algo de duda y sorpresa. Claro que yo no le dije que nuestro destino era Madrid, a 450 Km. de distancia. Seguramente pensó que el aeropuerto al que queríamos ir era el de Sevilla, mucho más cercano. Finalmente me ha llevado. Hemos encontrado a la hija a la que no veía desde hacía mucho tiempo. Nos hemos aposentado en los asientos traseros del coche y hemos disfrutado de un viaje de vuelta encantados absortos en nuestras cosas familiares. Luego he pensado si no había sido algo grosero al no dirigirme ni una sola vez al conductor. La verdad es que ni siquiera le presenté a mi hija.
ANTONIO
Definitivamente Sofía, Ariadna y todo ese grupo de alumnos de la primera generación le importa un pito a Dimitri. Sus clases son rutinarias, no se esfuerza en absoluto y solo piensa en cobrar al final. Mucho más interés tiene en unos cuantos elegidos, de cursos superiores con los que ha formado un grupito de cámara y ya tiene sus primeros contratos del auditorio. Empieza a darse a conocer en el mundillo de la música, o mejor, en el de los despachos que contratan músicos.
En esta línea ha continuado Dimitri los meses siguientes a su “liberación”. No ha perdido ni un minuto de tiempo en su carrera ascendente. Ahora mismo está pendiente de unas clases en Madrid y cualquier día abandonará definitivamente nuestra ciudad.
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Hace ya tiempo que Dimitri se fue, no sabemos a dónde. Sospechamos que a Madrid. Recuerdo cuando llegó. No fue un buen encuentro, pienso ahora. Bueno, ha sido un decepcionante encuentro. Claramente se ha valido de nosotros para sus fines olvidándose de que una vez fuimos nosotros los que nos compadecimos del deshumanizado trato que recibió a su llegada a España.
Irina sigue en su escuela. Los sueños de antaño se han ido domesticando. De vez en cuando ofrece algún concierto en salas ya de categoría menor. Se ha acostumbrado al lujo, al pequeño lujo que se puede permitir y vive volcada en su hija, ahora ya adolescente. Seguramente no querrá que su historia se repita. Sus sentimientos hacia alguien diferente de su hija tampoco han debido mejorar. Unos meses atrás se enteró de que su hermana ginecóloga había emigrado a España. Se encontraba en situación irregular y estaba necesitada de todo. Irina comentó, que su hermana era una persona lejana de la que no tenía ninguna obligación de compadecerse y mucho menos de ayudarla.
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En el Auditorio de nuestra ciudad se ha celebrado un concierto de piano interpretado por la hija de Dimitri. Seguramente el padre, su agenda retenía todo contacto interesante, se puso en contacto con el alcalde para reservar este concierto ya bien pagado en el ciclo de conciertos programado para esa temporada.
Por curiosidad asistí al concierto. Pude cruzarme tanto a la entrada como a la salida con Dimitri. En ningún momento dio muestras de conocerme.