LAYANA, SIGLO XVI

Layana. Calle Mayor

Vamos a descubrir curiosos aspectos de Layana durante el siglo XVI a través de un valiosísimo documento que nos aporta detalles muy interesantes para la reconstrucción del pueblo de aquella época.

El documento data del año 1525 y es una solicitud de realengo que el Síndico Procurador de Layana dirige a su majestad el Emperador Carlos, Rey de Aragón. Me permito dos palabras acerca del momento histórico para situar adecuadamente el relato. Aragón comienza su cuenta atrás en el inevitable proceso de desaparición como reino. Los territorios de Carlos V son tan vastos que citarlos uno a uno, Rey de Castilla, Rey de Aragón, Rey de Sicilia, etc. suponían un engorro. Se halló una solución al problema reuniendo todos ellos en el nombre genérico de España: Carlos I de España. Aragón mantenía de derecho su personalidad pero de hecho ésta se difuminaba confundiéndose con la de los demás reinos españoles.

El periodo en el que nos situamos, grandioso contemplado desde la propaganda que lo enaltece, se llena de brumas cuando descubrimos el empobrecimiento al que los reinos españoles se ven sometidos por las continuas guerras: con los franceses, los turcos; revueltas: los Comuneros, las Germanías de Valencia; trifulcas religiosas; la Reforma luterana, etc. Los ingresos de la Corona imperial son siempre escasos para los enormes gastos que ésta afronta. Afortunadamente para Aragón, sus Cortes supieron frenar esta presión impositiva y, a diferencia de Castilla, Aragón pudo disfrutar durante el reinado de Carlos I un ligero avance económico. También en Layana se debió notar esta bonanza ya que de esta época procede el primer ensanche del pueblo.


Pero descendamos de las alturas y dirijamos nuestros vuelos de nuevo a Layana. Como ya se ha dicho el documento es la solicitud de Realengo que el pueblo dirige al Rey hartos sus habitantes del maltrato que reciben de su reciente señor: la Universidad (el Concejo) de Uncastillo. En él vamos a encontrar datos que nos permitirán reconstruir parcialmente el pueblo, así como disfrutar de una sabrosa historia cuya conclusión no tenemos la suerte de conocer. Aunque bien la podemos inventar con mayor o menor verosimilitud.

Para no perdernos reuniremos las conclusiones en cuatro secciones:

1. El lugar, pueblo, de Layana.
2. Las relaciones institucionales entre Layana y Uncastillo.
3. La solicitud de realengo.
4. Final. Y sucedió que…

1. El lugar, pueblo, de Layana.

En el año 1525 Don Juan de Casaldáguila era señor de Layana. La familia Casaldáguila procedía de Cataluña y se instaló al final de la Edad Media en Aragón. Tuvieron cargos importantes en la Administración y de forma particular se dedicaron a las finanzas, amasando una enorme fortuna. La gestión de alguno de sus miembros no debió de ser todo lo clara que exigían las leyes puesto que en alguna ocasión les embargaron bienes diversos. El caso que nos ocupa podría ser precisamente uno de ellos: ante el deber de enfrentarse a diversos pagos se ven en la necesidad de vender al mejor postor alguna de sus propiedades. En el lote de propiedades vendidas figura el lugar de Layana. El comprador no fue otro que el Concejo de la Villa de Uncastillo, “una de las que se compone el Partido de aquel nombre”, así se dice en el documento. Junto al lugar de Layana se citan los siguientes lugares, también objeto de la venta y relacionados con el pueblo: El Villar, El Bradinal y el Castillo. Vamos a reconstruir cada uno de ellos por separado y de manera ordenada, sujetándonos estrictamente a los datos que se aportan.

a. Layana.
Layana se encontraba dentro del término de Uncastillo. Para establecer los límites se relacionan las fincas ubicadas en el límite del pueblo, rodeándolo. Con las fincas se citan también, “el Portal” y los lugares, “el Villar” y “el Bradinal”. El Castillo como veremos a continuación no forma parte desde el punto de vista jurídico del pueblo de Layana.
Layana poseía una calle principal que rodeaba la fortaleza y al final de la misma se encuentraba el horno-carnecería Aznar. Se habla en el documento de “El Portal”, topónimo claramente derivado de la palabra “puerta”. El Portal de un pueblo no puede ser otra cosa que la puerta principal de entrada al mismo. La puerta conduciría a un vestíbulo, o sea, la Plaza, y a partir de allí, la calle o corredor nos llevaría hasta la zona más noble: la Iglesia y el Castillo. La calle citada que termina en el horno Aznar bien podría ser la actual calle Mayor que sabemos procede de este tiempo; comienza en el Portal se ensancha en la Plaza y se dirige en suave ascenso hasta al Iglesia. Así seguimos llamando los layaneros a estos lugares. En el Portal se dan cita el bullicio de los transportes, la partida y llegada de los ganados comunales, la ruidosa herrería, la alegre entrada y salida (actualmente) de los niños a la escuela. La Iglesia era iglesia parroquial. No pertenecía al Castillo, ni estaba dentro de sus muros. Así se dice expresamente.

¿Qué reconstrucción cabe hacer de Layana en este tiempo? Layana quedaba reducida en la Edad Media a escasas edificaciones adosadas por el exterior a la muralla del Castillo. En la Edad Moderna la bonanza económica hace crecer su población por lo que hubo necesidad de ampliar el número de casas. La consecuencia es el trazado de la calle Mayor que desde el Portal asciende suavemente dibujando una curva en forma de ese hasta la Iglesia. Al principio de la calle encontramos una hermosa plaza, que pudo hacer las funciones de plaza de mercado. Y aquí termina todo. No había más calles ni viviendas. Podrían levantarse, en todo caso, edificaciones para graneros en los aún llamados hortales. Todo este casco urbano supone menos de la mitad del actual. La segunda expansión del pueblo la deberemos buscar en el siglo XIX.
¿Cuántos habitantes podrían vivir en Layana? Se dice que “…fueron vendidos y transados… el lugar de Layana con los vasallos hombres y mujeres, vecinos y habitadores de aquel lugar con la jurisdicción civil y el horno, daños, servidumbres…” No da la impresión de que fueron escasos los habitantes a partir del párrafo anterior. Además, si se atreven a litigar con el Concejo de pueblo tan importante como Uncastillo y pagar su propia liberación no serían ni pocos, ni pobres. Entre los habitantes de Layana hay un cierto número de infanzones, libres de pagar impuestos. Constituirían la pequeña nobleza. En otro lugar del documento se mencionan a los “pocos y miserables habitantes de Layana”. Pocos, en comparación con los habitantes de Uncastillo. Miserables es adjetivo que me gustaría interpretar en una función retórica. Un pueblo pequeño, un David, pelea contra un gigante, un Goliat y el adjetivo “miserable” cumple a la perfección su cometido para destacar la diferencia. Digamos de paso que el escribano que redactó este documento dominaba su oficio.

Se puede calcular, a partir de las casas existentes y los datos anteriores que Layana en ese tiempo podría tener entre 15 y 30 fuegos, por tanto, entre 80 y 150 habitantes.

b. El Villar y el Bradinal.

El Villar y el Bradinal se encuentran en los límites de Layana. Y de momento hemos de advertir que dichos topónimos nos son (parcialmente) desconocidos. Sólo parcialmente ya que nos valdremos de alguna pista para avanzar ciertas conclusiones.

Dice el Diccionario de la R. Academia que “villar” es un pueblo pequeño. Cabe suponer que puede denominarse así a un conjunto de casas, con una cierta unidad territorial, pero que son dependientes administrativamente y en servicios de una entidad superior. ¿Y qué encontramos que pueda responder a dicha definición? Ya hemos establecido los límites de Layana en la primera mitad de mil quinientos. Pero hay acutualmente en Layana una plaza formada por un grupo de casas que siempre ha tenido una gran personalidad, han gozado de cierta independencia y sus moradores se han sentido  habitantes de esa plaza. Alguno de sus edificios sugieren raíces de muchos años atrás. Los layaneros la conocemos como la “placeta del Plumar”. Ahora se encuentra en un extremo del pueblo pero unido al mismo por la prolongación de la calle Mayor que, como se ha dicho, tuvo lugar en el siglo XIX. O sea, esta actual placeta pudo ser un núcleo separado, con cierta independencia de Layana o de Uncastillo y resultaría ser el misterioso Villar.

También nos resulta difícil descifrar “el Bradinal”, aunque no nos damos por vencidos. Entre la placeta del Plumar y el Portal, más o menos, se encuentra una zona a la que los layaneros llamaban, antes de que se construyeran dos naves que la ocupan en su totalidad, “el Badinal”. No deja de ser curioso el parecido fonético, así como su situación en el límite del pueblo. “Badinal” es voz aragonesa  derivada de vado, lugar más bajo al que van a parar aguas y basuras que hacían de él un lugar insano. Y esto era precisamente el Badinal: el lugar donde se tiraban las basuras. Si el Villar era lugar con población se hace difícil pensar que el Bradinal también lo fuera. El Bradinal no se cultivaba, no tenía construcciones, pero podría ser una propiedad más entre otras, aunque de menos valor, evidentemente.

c. El Castillo

Actualmente se conservan los restos de un torreón construido con magníficos sillares y de esmerada factura. Una de sus aristas se derrumbó al fallar, por causas que desconocemos, una parte de la roca en la que se asentaba. ¡Cuántas casas de Layana no se construirían con sillares procedentes de la torre! Actualmente se encuentra en fase de una encomiable aunque lenta reconstrucción.

Del muro sur sobresalen restos de sillares que nos hacen sospechar que eran los arranques de las murallas que cerrarían el recinto propio del Castillo. La más lejana memoria de los actuales layaneros, la de mi padre, no recuerda el Castillo o torre de manera distinta a la actual, por eso las escasa s palabras que nos brinda el documento estudiado nos resultan enormemente valiosas.

Se da a entender que el Castillo, aun situándose en medio del pueblo no pertenece a éste sino que se constituye como entidad independiente. Cabe pensar, pues, que pudo existir un tiempo en el que la propiedad del pueblo y de la torre correspondiera a personas distintas.

Cuando se cita el Castillo en el documento siempre se hace con palabras bien significativas: Castillo, Palacio, Casa, Torre. Que es una torre parece evidente. Palacio pudo serlo puesto que las dimensiones del torreón permiten desahogada y cómoda vivienda distribuida en tres pisos.

Castillo es más que Torreón y nos faltan datos para asegurar que allí se ubicara un castillo en el sentido pleno de la palabra. Pero en el documento cuando se citan los bienes del Castillo se mencionan: el cubo, que sería la Torre, la barbacana que aludiría a la muralla que rodeaba a la Torre y que la convertiría de esta forma en Castillo. En el Castillo encontramos “corrales, pajares y una heruela”. Entendemos por heruela una era pequeña. Seguramente que parte de estas propiedades quedarían fuera del recinto, pero todo nos invita a imaginar  un Castillo de mayor envergadura que el actual.

2. Relaciones entre Layana y Uncastillo

a. El escenario

El Concejo de Uncastillo compró a D. Juan de Casaldáguila el lugar de Layana, el Villar, el Bradinal, el Castillo y otros bienes por la cantidad de 23.000 sueldos de moneda jaquesa. Todos estos eran bienes hipotecados. A partir de este momento las relaciones de señor-vasallo entre los dueños y layaneros comienzan a crisparse hasta hacerse insoportables. Cabe pensar que nunca antes se habían dado circunstancias semejantes.
Tras la venta, se nombraban en Uncastillo de forma temporal a dos personas que se denominaban “Señores de Layana” y durante un año ejercían un poder absoluto y sin control. Dichos señores nombraban a su vez a una persona de Layana como Alcalde-Regidor de manera totalmente arbitraria y atendiendo a su exclusiva conveniencia, “sin reparar en los parentescos o enlaces entre sí, ni en los de los oficiales del año anterior, ni de si es verdadero vecino o padre de familia o no…” El poder de este alcalde así nombrado era muy limitado y no tenía más jurisdicción que “para hacer prisiones en lances repentinos o en la fragancia de los delitos con la obligación de dar cuanta inmediatamente al Teniente de Uncastillo en quien quedaban reservadas todas las facultades para lo criminal y lo civil”. Es decir, el Alcalde de Layana era más un alguacil que un alcalde.
Los beneficios que los Señores obtenían de la Layana procedían del cobro de impuestos, como el fogaraje, alfardas, arrendamiento por el horno, arriendos de tierras, diezmos de corderos y lanas. El cobro se realiza tan concienzudamente que el cura que tenía derecho a una parte de los diezmos se quedaba “sin un ochavo”.

b. El comportamiento de la autoridad

Cada año, el 30 de septiembre, fecha tradicionalmente importante para la gente del campo, “entre 9 y 10 de la mañana, llegaban acompañados de su Escribano de Ayuntamiento, Depositarios, Alguaciles, Pregonero y Criados, los llamados Señores de Layana”. Ordenaban a todos los habitantes que se presentasen en casa del alcalde amenazando con severas penas a aquel que no lo hiciese. Allí una vez reunidos, los Señores quitaban al Alcalde de Layana la vara para reafirmar su absoluta y única autoridad y comenzaba la sesión administrativa:
– Se oían demandas y querellas del orden de lo civil y de lo penal a las que se daban sentencia “sin dictamen asesor”, condenando y absolviendo, imponiendo multas y cobrando dinero, “aplicandoselo a su utilidad y beneficio”.
– Se cobraban todos los impuestos.
– Como no había presupuesto para los gastos ocasionados, de forma rotativa se constituían comisiones de vecinos que asumían la responsabilidad de dar de comer tan abundantemente como se exigiera  a la expedición completa.
Finalmente devolvía la vara al alcalde “que para él sólo sirve de cuidado al paso que a los Comisionados produce anualmente tanta utilidad y provecho” y vuélvense a Uncastillo a disfrutar de las rentas cosechadas.

Esta actuación tiene lugar una vez al año y las gentes de Layana, en cuanto a la administración de lo civil y de lo criminal, quedaban a expensas de la voluntad caprichosa de las autoridades de Uncastillo. No hay que olvidar que la distancia entre Layana y Uncastillo es de tres horas y por caminos nada cómodos. Los layaneros tenían que subir a Uncastillo para resolver sus problemas y si sus autoridades no veían beneficios en la gestión de los mismos les obligaban a permanecer varios días con el abandono de sus familias y haciendas.

También se expresan quejas por el trato despótico de las autoridades cuando previendo beneficios se desplazaban a Layana el Teniente, escribano y alguacil instalándose todos juntos con sus caballerías en casa del alcalde, al que se arrebata toda autoridad, o en la de otras personas que humilladas aceptan la manutención durante el tiempo que fuese sin crítica alguna por miedo a las represalias.

Cuando no había beneficios a la vista, “aunque hubiera heridos o muertos”, el Teniente Corregidor bajaba a Layana cuando a él le convenía, a lo mejor “cuando el herido había ya muerto, dándole espuelas al caballo para disimular con los vecinos la desidia, y por no dar a entender que su tardanza procedía de que aquella causa no prometía lucro”.

3. La solicitud

No tenemos ninguna razón para suponer que los layaneros exageraran en la descripción del abusivo comportamiento de las gentes de Uncastillo ya que todos los hechos relatados se someterían a prueba. Por otra parte, Layana debió ser siempre desde el punto de vista jurídico un pueblo de señorío y conocemos a alguno de sus dueños. Ignoramos que se hubieren mostrado quejas de otros señores. Todo esto nos hace sospechar, pues, que no es la circunstancia de depender de Uncastillo, sino el trato despótico por éste dispensado lo que movió a los habitantes de Layana a presentar este recurso.
En la solicitud se ofrece la posibilidad de que Layana se liberase del yugo de Uncastillo entregando a dicha villa la misma cantidad de dinero con que fue comprada y sometiéndose a partir de ese momento a la servidumbre de pagos e impuestos debidos a la Real Corona. Admiten los querellantes que si bien la compra se hizo conforme a derecho, el comportamiento tiránico constituye circunstancia suficiente para que la Real Corona condene a las autoridades de Uncastillo retirándoles el poder sobre Layana.

Finalmente solicitan la incorporación de Layana y sus habitantes a la Real Corona “para poder vivir y mantenerse libres en sus personas y bienes, como han estado y están cualesquiera otros pueblos y vasallos realengos”. De esta forma, una vez pagados los 23.000 sueldos otorgará escritura de retroventa por la que los vecinos de Layana puedan regirse como corresponde a Universidades, Concejos y Vecinos y bienes de pueblos de realengo.

4. Y sucedió que…

Evidentemente no consta en el documento de solicitud la sentencia correspondiente y tampoco la conocemos. Tendremos que buscar pistas que nos orienten en otros documentos y contentarnos con lo que podamos averiguar mientras no descubramos la sentencia.

Pero disponemos de otro documento de 1.821 en el que se transcribe literalmente una sentencia dictada a favor del Ayuntamiento de Layana y en contra del de Uncastillo: una Real Provisión a favor de Layana que data de 1571, 46 años posterior a la solicitud de realengo. No nos vamos a detener en su contenido porque no es del tema que nos ocupa, pero hay datos que nos van a permitir avanzar algo en la consecuancias de la solicitud.

Se recoge en este documento la expresión “intra districtum de Layana”. Esta expresión nos da pie para colegir que Layana poseía un término propio, si bien pequeño, distinto del de Uncastillo. Más adelante se citan a “las Justicia, Jurados, Concejo y Universidad, singulares personas, vecinos y habitadores del dicho lugar de Layana”.

Sin embargo, más adelante se dice que cuando se emitió la sentencia no pudieron reunirse el Concejo y Universidad de Layana “por no haber en él Justicia, jurados ni oficiales de Concejo”. Y no los hubo durante siete meses “por haberlos revocado los Justicia, jurados y Concejo de la Villa de Uncastillo y no haber vuelto a nombrar otros”. No sabemos como interpretar esta cita. Quizás Layana en este tiempo no tenía una independencia total de Uncastillo ya que su Concejo poseía poder para revocar nombramientos de Layana.

Y esto es todo. Una historia vulgar, sin interés, dirán muchos. Efectivamente, desde cierta perspectiva, las peleas entre vecinos parece que son lugar común en las historias de pueblos, naciones, imperios. Tampoco es ninguna novedad el abuso del grande y fuerte sobre el pequeño y débil. Por eso resulta reconfortante el triunfo de David sobre Goliat. No desearía llevar tan lejos la comparación, pero es evidente que Layana representa a la perfección el papel de David en el relato que hemos recreado y que el Concejo de Uncastillo actuó de Goliat. Y que hubo lucha, enfrentamiento. Nos hace feliz soñar con el triunfo de David.

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