La población de los pueblos disminuye. Todo el que puede se va a buscar trabajo a la ciudad y vuelve el fin de semana al pueblo con aires de haber subido un tramo en la escala social. Es cierto que en el pueblo no había trabajo o, al menos, un trabajo que le proporcionara un sueldo como en la ciudad. Bueno, llegamos a la conclusión que el pueblo repele a sus vecinos.
Cambiemos la perspectiva. También repele a los que van a trabajar, a los que encuentran su modo de vida en ellos. Quienes son estos, os preguntáis? En Sádaba hay un instituto con los dos primeros cursos de la ESO al que acuden los niños de los pueblos más cercanos. Pasemos por alto, de momento, el hecho de que algún pueblo lleve los niños y niñas a Ejea antes que a Sádaba aun estando esta localidad más cercana a esta última por el efecto “pueblo más grande, pueblo más importante”. No es nuestro asunto de momento.
Los profesores del instituto, creo que en su totalidad, residen en Zaragoza y recorren cada día los 100 Km. de ida más los de vuelta que les separan de sus residencias. Ejea tiene dos institutos y los profesores, casi en su totalidad residen en Zaragoza y como los de Sádaba recorren diariamente dos veces los 80 Km desde sus casas a su trabajo.
El Centro Médico de Sádaba está atendido por médicos que viajan todos los días los 100 km. para trabajar en el pueblo. Sospecho que pasa lo mismo con los médicos del hospital de Ejea de los Caballeros. En el caso de los médicos se llegan a situaciones tan disparatadas que hay problemas para que vayan a hospitales de capitales de provincia como Teruel o Huesca. Todo esto ronda la locura.
El autor de estas líneas, profesor de instituto, ha sido durante muchos años corresponsal de su centro en una red educativa europea en la que estaba representado un centro de cada país de la Unión Europea. Por esta razón ha viajado a muchos países y ha compartido casa y experiencias con profesores de todos los países europeos. Y ha observado que, más en el centro y norte de Europa, ocurre todo lo contrario de lo que acabamos de describir. Los profesionales viven en pueblos más o menos cercanos a la ciudad en la que se encuentra su centro de trabajo. Huyen del ajetreo de la ciudad y les encanta la tranquilidad de los pueblos. La vivienda en los pueblos es fantástica porque pueden comprar y adaptar viviendas con un tamaño y comodidades imposible de encontrar en la ciudad con sus salarios.
Y esto nos obliga a preguntarnos: Como se explica esta actitud de rechazo a los pueblos que observamos en profesores y sanitarios aquí, en Aragón, por no decir en toda España? Hay casos que podemos entender. Madres que necesitan volver al domicilio familiar porque tienen hijos pequeños. Y seguramente encontraremos otros casos excepcionales tan dignos como este. Pero seguimos preguntándonos: qué hace que el lugar de trabajo sea solo eso, lugar de trabajo? Por qué no hay ningún atractivo que invite a residir aunque sea durante la semana? Qué falla para que el pueblo no atraiga lo suficiente como para disfrutar un poco de él. Porque se dan casos de profesores o médicos que después de un tiempo de trabajar en los pueblos no saben nada de ellos, de sus calles, de su historia. Casi, ni de sus gentes.
Estoy seguro de que muchos lo van a negar pero yo pienso que un médico no atiende “solo” enfermedades, sino primariamente a enfermos. Y los enfermos son personas en un contexto familiar y social, en un entorno geográfico, etc. Y la mejor manera de conocer todo esto es viviendo en ese ambiente. Hace sesenta años el médico, el practicante vivían en el pueblo y era impensable que fuera de otra manera. El médico era uno más, muy cualificado, eso sí.
Pero hay que reconocerlo. Los pueblos no ofrecen alicientes para residir en ellos a menos que seas de allí. Y, ciertamente, encontramos razones para huir de los pueblos sin rompernos demasiado la cabeza. En esta entrada vamos a centrarnos en los problemas de vivienda pero aparecerán otros a medida que avance el análisis.
Los vecinos residentes se han hecho con una buena vivienda. Los visitantes de fin de semana también tienen buenos alojamientos porque han ido arreglando las viviendas de sus padres o abuelos. Pero si algún trabajador, del tipo que sea, temporal o permanente, quiere alojarse en una vivienda digna en la que no haya que invertir demasiado porque la estancia puede no ser muy larga, qué puede encontrar? Lo va a tener muy difícil porque no hay viviendas de esas características. Hay una carencia básica de vivienda.
Recuerdo que hace unos años, un alcalde de Layana avanzó el proyecto de construir unas viviendas sociales para todo aquel que quisiera vivir total o temporalmente en el pueblo. La idea no progresó. No conozco las razones. Seguramente fueron dificultades económicas, de rentabilidad y miedo al endeudamiento del Ayuntamiento. Pero cualquiera de ellas es significativa y paradigmática de las iniciativas de las autoridades en los pueblos y la soledad con la que se han encontrado para idear y aportar soluciones.
Quizás alguien se le ocurra pensar: y tú, por qué no has residido en pueblos? Es el argumento “ad hominem” tan frecuente en discusiones de Twiter. Yo no he vivido en pueblos porque nunca he trabajado en pueblos. Y siempre he buscado con mi esposa, también docente, la mejor solución para la conciliación familiar, por encima de otras consideraciones. Y creo que si la conciliación me hubiera dado la posibilidad de vivir en un pueblo, pienso que habría vivido en un pueblo.