LA RUECA Y EL HUSO

La Rueca y el Huso

Seguimos en el mismo escenario que en la leyenda que hemos titulado El pozo de los Bañales. Las principales ruinas de los Bañales, la ermita, el acueducto, se encuentran en la falda de un alto llamado el Pueyo de los Bañales. Viniendo desde Sádaba o desde Layana es la mayor altura que se avista hacia el este. De seguir camino de Uncastillo poco a poco ganaríamos altura hasta llegar finalmente a la sierra de Santo Domingo, cerca de Luesia, que sería el punto culminante. Pero regresemos a la base del Pueyo.

A medida que ascendemos encontraremos ruinas de distintos asentamientos humanos: romanos, iberos. Pronto alcanzamos la cima que es una pequeña meseta, alargada con orientación sur-oeste. También aquí abundan huellas de la antigüedad, entre las que destacan unos enterramientos excavados en la propia roca. Pero es un día luminoso de primavera, fresco, hermoso y sin prisas paseamos la mirada a nuestro alrededor. En el horizonte distinguimos las peñas de la sierra de Santo Domingo, más a la izquierda, la sierra de Ujué en Navarra, Pui Águila, al sur, la sierra negra de Bardenas, el saso de Biota, a continuación. Más cerca de nosotros, casi a nuestros pies, descubrimos los 36 pilares del acueducto romano, popularmente «los pilarones», que sostenían el canalillo que traía el agua  desde no se sabe bien dónde hasta las termas y la propia ciudad. No están dispuestos en línea recta, sino que desde donde nos encontramos parecen imitar la trayectoria de una serpiente, por la curva que describen. Más tarde descubriremos que no es curva caprichosa sino que es la forma de la cantera que le sirve de cimiento, tan sólida, que ha permitido que 1600 años más tarde aguanten de pie.

Bien apacible está resultando la visita del Pueyo, aunque momentáneamente nos haya alejado de nuestro propósito que no es otro que contaros la leyenda que explica el origen de esas dos columnas que tenéis delante de vuestros ojos. Repara, justamente al sur, en esas dos columnas toscas y nada airosas que destacan en la cima del pequeño otero, a escasos mil metros en línea recta. Pero he de rectificar; no son dos pilares o columnas sino dos grandes monolitos puestos allí seguramente por la mano del hombre aunque no pueda decirte quién fue o con qué propósito se hizo. Popularmente se las conoce como «la rueca y el huso». El fundamento de tan hermosa metáfora seguramente será el hecho de que así como la rueca no es nada sin el huso, ni éste sin aquél, de la misma manera están unidos estos dos menhires el uno al otro. Y ahora repara en la lisa y desgastada roca en la que nos encontramos. Tiene como dos huellas gigantescas separadas unos dos metros y tras ellas aparece una regular superficie de forma circular algo rebajada respecto al nivel del suelo. Para encontrar una explicación pongamos en marcha la imaginación legendaria y popular.

Por arte de magia aparece ante nosotros un gigante terrorífico, greñudo, un Sansón dispuesto a una exhibición de fuerza ante un público atónito y un punto temeroso. Se encuentra sobre la roca que ahora queda bajo nuestros pies dando grandes resoplidos y sopesando con cada brazo unas enormes piedras de forma alargada que difícilmente podrían mover veinte hombres. De pronto, tensa los músculos, inspira profundamente, aprieta los dientes con rabia, levanta en vilo las piedras y con estentóreo grito las lanza al aire con fuerza enorme. Vuelan como si fueran dos livianas ramitas, casi ingrávidas, acompañadas del profundo susurro de asombro que las gentes no dejan terminar. Por fin van a posarse violentamente en la cima de la montaña que tenemos justamente enfrente.

Asombrados, vuelven su mirada a Sansón que por el tremendo esfuerzo realizado se ha quedado sentado en la roca. Cuando se levanta, observan la que va a resultar prueba para incrédulos de su proeza: sus pies, así como su enorme trasero han dejado su impronta marcada para siempre en la roca. La cultura popular no anda fuerte de erudición precisamente y debe recurrir a los personajes legendarios de la Biblia, que un día conocieron en sus escasos años de escuela o que de vez en cuando reaparecen en los sermones de curas y predicadores, y quizás a los misteriosos, ladinos y errados/errantes moros y judíos. Los personajes de la Biblia siempre con nombres y apellidos, Sansón, Salomón; los moros y judíos siempre anónimos.

Aquí termina la leyenda y nos quedan las dos enormes piedras planteando interrogantes que no sabemos contestar. ¿Quién los erigió? ¿Con qué motivo? Sabemos que su emplazamiento no es casual ya que se trata de una pequeña colina que domina todo los alrededores y que debía tener algún significado astronómico por la exacta disposición espacial: sólo hace falta una brújula para descubrir su orientación este-oeste. Quizás fuera un calendario que señala con precisión los equinocios de primavera y otoño.

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