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LA VIVIENDA

Las casas del pueblo son muy parecidas en su disposición funcional aunque se diferencian entre sí, según la categoría social de las familias propietarias, por su tamaño o por la calidad de los materiales. La mayoría de casas son de piedra; alguna  utilizan este material hasta la primera planta y el resto de adobe y muy pocas son completamente de adobe. Se cubren con teja árabe y están orientadas en la dirección aproximada norte-sur. La fachada es, salvo excepciones, estrecha. Suelen tener tres plantas. La primera la ocupaban el patio, que daba a la fachada  principal y servía de acceso a la vivienda. A continuación del patio, también en la planta baja, estaban las cuadras para los animales de trabajo y más allá los corrales; en algún rincón del mismo se construían las tocineras, los conejares, etc. La segunda planta constituía la vivienda propiamente dicha: cocina, comedor, alcobas; hacia el sur se disponía de una solana o terraza. Finalmente la tercera planta se reducía a un desván o falsa donde se acumulaban los mil cacharros olvidados y casi siempre inservibles. A veces, la falsa era también granero desde la trilla hasta el momento de vender el grano. Con los nuevos tiempos, la falsa se ha adaptado a las nuevas necesidades y se han ganado para la vivienda más habitaciones, generalmente inhóspitas, calurosas en verano y frías en invierno.

ARTE Y URBANISMO

Desde el punto de vista urbanístico habría que distinguir en Layana tres periodos, guiándonos más por el trazado de las calles, por los inciertos censos de otras épocas que conocemos y por otros elementos auxiliares, que por los inexistentes edificios representativos que se puedan conservar de épocas anteriores.

Layana ha sido siempre una aldea de escasa población. Durante los primeros siglos su población se redujo a unas entre seis/doce familias. En los siglos XVIII, XIX y XX su población fue mayor. Liberarse del yugo de Uncastillo, al que estaba más sometido que unido, debió de ser el punto de arranque para este aumento demográfico. Desgraciadamente, en la actualidad, Layana está, como tantos pueblos de su alrededor, en franco descenso y si aún mantiene ciertas constantes vitales respecto a la población, de lo que estamos seguros es de que ha perdido prácticamente todas las características de su singularidad, al tratarse, en parte, de una población de visitantes y como resultado de lo que podría considerarse «globalización» de los pueblos que ha unificado usos y costumbres de aquellos que viven de forma continuada.

El primer periodo comenzaría al final del siglo XI, fecha en la que se construyeron las primitivas iglesia y castillo. Este par de edificios debió de ser el origen del pueblo. La dotación humana a cargo de la vigilancia y defensa de la torre moraría en su interior. Es probable que existiera una muralla que recogiera en su interior el torreón y la Iglesia aunque con el tiempo se eliminara para permitir acceder a la iglesia a los habitantes extramuros del castillo.

Tras la conquista de Ejea y Tauste primero y Zaragoza después por Alfonso I el Batallador a principios del siglo XII se puede decir que la comarca experimentó unas condiciones de paz y tranquilidad de las que no habían disfrutado antes, aunque pocos años más tarde, con motivo de la guerra contra los navarros tras la muerte del Batallador, se vuelva a la intranquilidad propia de tierras de frontera.

Este periodo de paz debió ser propicio para el nacimiento, propiamente, de Layana. El vecino Uncastillo adquiere un notable empuje demográfico y económico gracias al fuero otorgado por el Batallador y ésta pudo ser la causa por la que algunas familias roturaran campos y plantaran huertas en la vega del Riguel, cerca del torreón de Layana; de paso se establecerían en un primer caserío que constituiría el primitivo poblamiento. No resultaría extraño que entre esas primeras familias algunas fueran musulmanas que ya estaban instaladas en estas tierras y que conocerían el uso y aprovechamiento cabal de las escasas aguas disponibles. De esta primera época procederían las casas que rodean el torreón y que por su disposición bien pudieron estar adosadas a la muralla desde el exterior. Algunas de estas primeras casas, fueron abandonadas con el tiempo o reconvertidas en corrales o graneros cuando sus propietarios construyeron otras nuevas en solares más acogedores.

Ya hemos dicho en otro lugar que Layana se ubica en una colina que asciende suavemente de sur a norte llegando a su punto más alto en el torreón o castillo desde donde desciende al río bruscamente a través de una costera. El punto más alto, junto al acantilado se convierte en atalaya desde la que se contempla en amena panorámica toda la vega del río Riguel. Esta disposición natural permitió, suponemos que hacia el siglo XVI o XVII, el trazado de la calle que iba a ser la columna vertebral del pueblo: la calle Mayor. Debió corresponder este momento histórico a un periodo de auge ya que también entonces se produjo la ampliación de la Iglesia y la construcción de la sacristía adosada al ábside. Arranca la calle Mayor del Portal, la puerta del pueblo, y asciende suavemente hasta la misma plaza de la Iglesia. Las casas se disponen a ambos lados de la calle, aunque son de mejor factura las de la acera  izquierda según se sube, aquellas en las que la fachada principal da a la calle Mayor y las traseras quedan orientadas al sur. La fachada, la parte noble de la casa, se orienta a la calle principal; hacia atrás se encuentran los corrales, cuadras, graneros, leñeras, etc. Todas estas partes traseras estarían, tiempo atrás, habitualmente sucias pues a ellas iban a parar los detritus de las cuadras. Por ellas entraban y salían los animales de labor.

El modelo antiguo de vivienda pervive en casas más modernas, aunque las construidas al final del siglo XIX y XX ganan en amplitud y calidad de materiales. De esta época procederían las que se podrían considerar casonas, levantadas en las afueras del pueblo o, las menos, en el centro, en la calle Mayor, tras el derribo de casa antiguas.

Hay tres plazas propiamente dichas: la placeta del Plumar, la Plaza y la placeta de la Iglesia. La placeta del Plumar congrega un tipo de población que se ha sentido especialmente unida por vínculos, se puede decir, de barrio. La Plaza, sin nombre porque es la principal, ubicada al lado de el Portal, se convertía en plaza del mercado al ser sede de las ventas ambulantes. La plaza de la Iglesia, llamada comúnmente plaza de las campanas, convocaba al pueblo los domingos y días de fiesta antes de la misa y su condición de mirador la convertía, más con el buen tiempo, en lugar de reunión y alparceo. Estas tres plazas generaban la mayor actividad social del pueblo, abundante tiempos atrás, escasa en los que corren.

CINCO VILLAS. LAYANA

Layana se encuentra situada justamente en el centro de la comarca zaragozana de las Cinco Villas. Esta comarca no se encuandra en unos límites con personalidad geográfica, razón por la que han ido modificándose a lo largo de los tiempos. Sin intención de entrar en polémicas, la comarca se extiende desde la canal de Berdún y el valle de la Onsella al norte, hasta el Ebro por el sur; por el este, desde el río Gállego y al oeste limitaría con las Bardenas reales de Navarra. En realidad más que definida por unos límites precisos esta comarca se vertebra alrededor de las poblaciones que le dan nombre, Tauste, Ejea, Sádaba, Uncastillo y Sos, citándolas de sur a norte, o mejor como alguien ha dicho, las Cinco Villas sería la comarca que ocupa las tierras del árbol hídrico de los Arbas.

LAYANA, SIGLO XVI

Layana. Calle Mayor

Vamos a descubrir curiosos aspectos de Layana durante el siglo XVI a través de un valiosísimo documento que nos aporta detalles muy interesantes para la reconstrucción del pueblo de aquella época.

El documento data del año 1525 y es una solicitud de realengo que el Síndico Procurador de Layana dirige a su majestad el Emperador Carlos, Rey de Aragón. Me permito dos palabras acerca del momento histórico para situar adecuadamente el relato. Aragón comienza su cuenta atrás en el inevitable proceso de desaparición como reino. Los territorios de Carlos V son tan vastos que citarlos uno a uno, Rey de Castilla, Rey de Aragón, Rey de Sicilia, etc. suponían un engorro. Se halló una solución al problema reuniendo todos ellos en el nombre genérico de España: Carlos I de España. Aragón mantenía de derecho su personalidad pero de hecho ésta se difuminaba confundiéndose con la de los demás reinos españoles.

El periodo en el que nos situamos, grandioso contemplado desde la propaganda que lo enaltece, se llena de brumas cuando descubrimos el empobrecimiento al que los reinos españoles se ven sometidos por las continuas guerras: con los franceses, los turcos; revueltas: los Comuneros, las Germanías de Valencia; trifulcas religiosas; la Reforma luterana, etc. Los ingresos de la Corona imperial son siempre escasos para los enormes gastos que ésta afronta. Afortunadamente para Aragón, sus Cortes supieron frenar esta presión impositiva y, a diferencia de Castilla, Aragón pudo disfrutar durante el reinado de Carlos I un ligero avance económico. También en Layana se debió notar esta bonanza ya que de esta época procede el primer ensanche del pueblo.

LA ORDEN DE SANTA CRISTINA

Foto de www.romanicoaragones.com

Casi toda la información de este capítulo procede del libro sobre la Orden de Santa Cristina de D. Antonio Durán Gudiol.

A. Siglo XII

1.- Orígenes

Tras la anexión del condado de Aragón a Navarra, a principios del siglo XI,  en tiempos de Sancho III, el paso de Somport al Bearn se convierte en el primero en orden de importancia en detrimento del de Hecho que había sido el más importante desde los remotos tiempos del Imperio Romano. Aunque existen noticias más de tipo legendario que documentadas podemos señalar al rey Pedro I como el fundador del hospital de Santa Cristina en Somport junto a Gastón IV de Bearn, su esposa Talesa y al rey Alfonso I más tarde, como los grandes impulsores. Se fundó para protección de pobres y peregrinos dados los evidentes peligros por frío, ventiscas, ataques de lobos y otros muchos que debían afrontar los que por allí pasaban. La fundación del hospital incluía la donación real de tierras para la explotación ganadera y censos que pagarían diversas entidades. Además, los frailes y caseros gozaron de fueros muy beneficiosos.